Acerca de los catálogos y otros ordenamientos por Daniel Cocchetti

Definirse a sí mismo es algo bastante complejo tanto como lograr, ya sea uno escritor, compositor o artista plástico, un ordenamiento coherente de su obra. En el campo de la Música Clásica – o académica- en muchos casos es un tercero quien realiza esta tarea post mortem del autor.

Siguiendo un orden “de repertorio” – con esto me refiero a lo más escuchado o conocido­- viene a mi memoria esa letra “K” que precede a todo título mozartiano y antecede a un número generalmente alto. Se trata del catálogo cronológico -realizado por Ludwig von Köchel (1800-1877), escritor y botánico- de la obra del genio de Salzburgo. Así que, por ejemplo, la conocidísima Marcha Turca, tercer movimiento de la Sonata para piano Nro. 11, lleva el K. 331.

En el caso de Joseph Haydn, su antecesor y posterior colega, Georg Griesinger, amigo y confidente, elaboró un primer catálogo de sus obras acompañado de interesantes recuerdos del ya anciano compositor. Mucho más tarde, en 1957, Anthony von Hoboken –musicólogo holandés- hizo lo propio y, con un criterio más práctico, ordenó las obras por género. Así que podemos leer que la Sinfonía Nro. 22 llamada “El Filósofo” es Hob. 1. Nro. 22.

Con una forma parecida, Wolfgang Schmieder ordenó la obra de Johann Sebastian Bach y en 1950 dio a conocer con las siglas BWV (Bach Werke Verzeichnis) un total de 1047 títulos del Cantor de Santo Tomás.

El genio de Bonn, Ludvig van Beethoven, ya en pleno Romanticismo, utilizó la palabra latina Opus para designar cada una de sus obras publicadas de un modo correlativo. Si bien la palabra, por lo general abreviada “Op.”, ya se usaba desde el período Barroco, esta era exclusiva de editores quienes numeraban de esta manera cada trabajo que hacían para un determinado compositor, pudiendo repetirse los números si se editaba en diferentes negocios.

Ya llegado el Siglo XX, destruida la tonalidad y alabada la disonancia, la palabra mencionada cayó en desuso por, según los más vanguardistas, anticuada. Se prefirió utilizar junto al título de la obra y entre paréntesis, el año de composición. O simplemente ninguna información ya que, según mi profesor de esta disciplina, es más fácil desechar una antigua y fallida composición sin los datos acusatorios de los números. Uno puede mirar para el otro lado y decir: “Yo no fui”.