Amnesia

por Paula Velcheff

Este cuento fue leído en el encuentro de agosto del ciclo Literatura y Teatro de La Utopía y el Divisadero, Dolores.

 

La mañana está nubosa, gris y el aire se pega a los brazos y al parabrisas. Las gotas que caen lento sobre el vidrio se mezclan con la tierra que ya tenía y se esmerila naturalmente. Enciendo la camioneta y la radio hace ruido y de vez en cuando una voz ininteligible quiere advertir algo. Marcha atrás, casi me choco la planta de limón. Me doy cuenta a tiempo y giro hacia la derecha. Tiene las hojas marchitas, quemadas, solo asoma una rama verde casi a la altura del piso con cuatro hojas diminutas, como para hacerme creer que vive, que la espere y no la saque.

Salgo por la calle de tierra que conduce a la ruta. Todas las casas con la luz de adelante prendida, es temprano y sus dueños deben estar de viaje o no se han levantado. En las calles también están las luces encendidas. El aire pesa. El esmerilado se fue y el parabrisas se lavó la cara. Las gotas ahora son más grandes. Paso lento por las esquinas, hay grandes charcos barrosos. Tengo la sensación de que a la madrugada alguien le pasó un palo de amasar a la calle y la estiró. No termina nunca.

Subo a la ruta, el banderillero que está en el paso a nivel agita una bandera roja, la fila de coches no es muy larga. Avanzamos. Las parrillas del costado del camino están cerradas. De una de ellas sale humo, hay alguien revolviendo las cenizas y acomoda los fierros que sostendrán los costillares y las vísceras. Las cámaras están arrancadas. Manchas de color morado se ensanchan hasta ocupar también las líneas blancas del costado. Subo el puente que me lleva a la escuela pero hoy es más alto y empinado. Al bajarlo veo el campo verde y la tierra roja, parece un precipicio. La ruta cae de golpe y pierdo el control de la camioneta. Me gira la cabeza y el camino.

Alguien me dice que me quede tranquila

Devagar, quieta mia querida, agora você vai se sentir estranha. Mas não tenha medo. Aquí nois vamos cuidar de você.

Intento preguntar algo pero la enfermera me hace señas para que me calle. Es muy linda. Tiene los rulos bien definidos que se le mueven lento, como en las publicidades de shampoo. Enseguida viene un doctor con un enfermero. Se ríen, hablan entre ellos y me dicen que estoy bien, que no me preocupe, que van a dejar entrar a mi familia.

Entra un tipo llorando a los gritos y agradeciendo al cielo, la chica que lo acompaña me besa la mano y me dice:

— ¡Que sorte minha amiga! ¡Ave Maria! Não posso te contar muito, mas estava orando a noite toda. Fico feliz em te ver bem.

El tipo me besa, desesperado.

—¡Amor de minha vida!  Não sei o que teria acontecido… –llora desesperado–  As crianças ficaram com sua mãe porque eles não podem entrar ainda.

Cada vez entiendo menos, miro al doctor con los ojos bien abiertos, pidiendo ayuda para que se los lleve. Entiende.

Más tarde vuelve él, pelo largo atado de forma casual, ojos celestes rabiosos, las manos frescas y me mira fijo. Dice que es mi amigo y me quiere ayudar pero que no hable mucho, que todavía es muy pronto para esfuerzos.

Le pregunto por mi camioneta y no sabe nada, ni de la ruta morada ni de la escuela. Tampoco de la lluvia y las parrillas. Me deja hablar y sigo preguntando pero con su cabeza me dice que no y sonríe.

—Mañana nos vemos, te administré un calmante por el suero. Vas a descansar bien.

Apagó la luz y cerró la puerta.