por Noelia Ibáñez
“Conozco a una mujer que salió por una puerta. La puerta de Ibsen. Sé que lo que le sucedió a cierta Nora después que se fue; salió y después permitió que otras adoptasen sus propias decisiones”; escribió Liv Ullmann en “Alternativas” (1984). La mujer y la actriz no se debaten entre sí, sin embargo en la relación amorosa que sostienen el director cinematográfico Ingmar Bergman y la actriz que protagonizó nueve de sus películas, la confusión fue un elemento más del desamor o mejor decir, del amor que fue tomando otras formas. Esas formas del amor, de una intensísima y conmovedora relación son las que se plasman en la correspondencia entre ambos.
Dirigida estupendamente por Leonor Manzo, la obra teatral de Lázaro Droznes “Bergman y Liv, correspondencia amorosa” es llevada al teatro con las magistrales actuaciones de Ingrid Pellicori y Osmar Núñez.
La vida en la isla de Farö que compartieron Bergman y Liv, recrudece en las cartas en una visión que por momentos estremece al mostrarse como una geografía que sofoca, irónicamente cuando parecía liberarlos y apasionarlos desmesuradamente.
Puede, a los ojos de una simple espectadora, resultar difícil que una obra enteramente sea la correspondencia, que la puesta en escena parezca una puesta sobre otra: la literatura sobre la propia escritura de sus vidas. Desde el origen de ese amor hasta el hastío que los fue perdiendo, la correspondencia es una búsqueda incesante de dar luz (como una luz cenital en el cine) sobre las relaciones humanas que juegan, en un sentido lúdico casi hermosamente infantil, con un anecdotario inevitablemente arraigado al cine, al teatro y a la escritura. Dolor y ternura se complejizan y hasta se complementan en los rostros de los actores, que dicen y nos dicen, nos reclaman y se reclaman con la libertad que suele dar esa suerte de confesión que es una carta. Porque desde la palabra escrita puede decirse todo, absolutamente todo y, si a la palabra escrita se suman los gestos, las miradas, en sí, las acciones, todas las emociones por las que las personas atraavesamos se desnudan en escena y nos encuentran en la conmoción y en la admiración. Seamos o no apasionados del cine de Bergman o de Liv frente a la pantalla, esta correspondencia es una obra apasionante, es una clase magistral de teatro y es un encuentro con lo más crudo del ser humano.