Contar la muerte

por Gabriela Urrutibehety

 

El lector que escribe un diario lee Una presencia ideal, de Eduardo Berti, un libro que el autor presenta como suma de testimonios de trabajadores de un hospital de cuidados paliativos francés y la contratapa define como “novela”.

Tironeado por la idea de no ficción, el lector que escribe un diario se mete de lleno en una serie de pequeños relatos –algunos menos de una página, nunca más de cuatro- en la que enfermeras, médicos, camilleros, administrativos, personal de limpieza, esteticistas y voluntarios cuentan qué pasa en un lugar donde la gente agoniza y muere. Aunque la jefa de la unidad aclara –tratando de no enojarse- que “también tratamos el dolor en casos que no implican una muerte inminente”.

Pese a ello, el libro de Berti habla de un lugar donde la muerte recupera su carácter de cotidiano y universal. Como dice una médica: “La mayoría de mis amigos y conocidos no han visto un muerto en su vida. La época en la que los abuelos morían en casa quedó muy lejos ya. Tanto, que estamos desorientados, perdidos frente a la muerte”. Una médica que se pregunta “si uno puede tener una conciencia total de la vida sin casi ninguna conciencia de la muerte o del dolor”.

No es un libro grandilocuente –el tema podría dar para ello- ni morboso. Es un libro íntimo, centrado en el detalle nimio, la anécdota mínima, el comentario fino: todo lo que evitamos, escondemos o no podemos ver sobre el punto final. No se presenta a los trabajadores como héroes, sino como gente que hace su trabajo con sensibilidad y destreza. La tarea que alguien debe hacer y no todos se animan. Una tarea que parece consistir, prácticamente, en escuchar, porque “todos los pacientes de la unidad tienen algo que resolver antes de morir. Quieren confesar algún secreto más o menos impactante, expresar un arrepentimiento o un último deseo, volver a ver a alguien o evocar un recuerdo específico, comprender algo puntual, revivir y contar por enésima o última vez algún acontecimiento intenso”.

O, mejor aún, en estar. Estar ahí, con lo que una médica define con la frase que da título al libro: la presencia ideal, sin invadir ni abandonar.

En torno a la ficción

Berti es novelista, pertenece al grupo Oulipo y, aunque escribe en español, este libro lo redactó en francés. Lo que Compañía Naviera Ilimitada ofrece es una traducción de Claudia Ramón Schwartzman. Los testimonios los recogió en el Centre Hospitalier Universitaire de Rouen, la ciudad de Flaubert, cuyo padre era médico y dirigió la Escuela de Medicina de esa ciudad.

“Quise explorar el lugar de la invención dentro de un proyecto de escritura donde realidad y documentación fueran dos pilares importantes”, aclara en el prólogo. De esa manera, Una presencia ideal tiene un plus de interés.

El lector que escribe un diario anota algunos elementos que dan cuenta de esta operación que implica también una presencia ideal: la del narrador que construye el relato total y que da cuenta de una temporada en los límites de los pactos de lectura.

La voz del narrador hace de rasero: no hay en los personajes una distinción por forma de hablar. Es más, para el lector que escribe un diario no hay personajes, sino más bien locutores cuyos relatos tienen la característica típica de la narración oral tradicional: valen las acciones, los hechos que se encadenan y alguna reflexión sobre esos hechos. Cada uno de esos “locutores” -en su mayoría mujeres- son caracterizados sólo por su función en la estructura laboral del hospital y los pacientes se definen únicamente por un rasgo esencial que permite una diferenciación mínima. Pero entre las voces que narran no hay ninguna diferenciación porque quedan sumergidas en la corriente discursiva de la historia que, en esta operación, paradójicamente, parece contarse a sí misma. Inmerso en la vida del CHU, el narrador opera para que quien narre sea, precisamente, el hospital.

A su vez, cada relato está construido para organizar el suspenso –introducción, nudo y desenlace- a la manera del relato oral y el conjunto se construye de manera tal que el último ¿testimonio? concentre las características de mayor extensión, intensidad narrativa y emotividad. Esa emotividad no sensiblera que es el signo de todo el libro.