De cábalas y supersticiones por Daniel Cocchetti

Música

Desde hace un tiempo la llegada de Internet – un milagro según mi viejo que, de chico, escuchaba la radio galena- nos tiene acostumbrados a dar crédito a todo tipo de noticias, aseveraciones y trascendidos.
En realidad, no es nueva esta actitud. Antes de la irrupción de toda esta tecnología –de origen extraterrestre según algunos conspiradores- el dar crédito a todo tipo de noticias, aseveraciones y trascendidos estuvo a la orden del día.
La Música, o los músicos mejor dicho, son proclives a ello. Alguien dijo alguna vez que el amarillo, altísima vibración de la nota Mi o color del tercer chakra en Yoga, traía mala suerte sobre un escenario. Nadie, incluso actores, se anima a portar una prenda de esa característica y. menos aún, el día de un estreno. No interesa si la pianista china Yuja Wang lo luzca en sus conciertos o que la internacionalmente conocida grabadora Deutsche Gramophon lo elija para su fondo publicitario. Por estos lares- como muchas otras cosas- no amerita.
Resulta muy difícil para un artista enfrentar el pánico escénico pero, aparte de evitar un color determinado para no enojar a Euterpe, Melpómene o Terpsícore, otras prácticas se fueron asentando en nuestro acervo.
Una muy conocida cantante folklórica, a la cual voy a mantener en el anonimato, ante la pregunta de su anfitrión si necesitaba algo antes de su recital, respondió: “Sí, una botella de grapa”.
El integrar una orquesta sinfónica proporciona poder ver los acontecimientos desde otro ángulo que del mero espectador. En un recital de un no muy conocido Tenor argentino, pude observar que, entre aria y aria, salía del escenario a parapetarse detrás de un biombo, sacar una petaca del bolsillo de su frac y tomar un sorbo de no sé qué bebida.
El secretario de un director de orquesta confesó que este, en el momento de salir a escena, no daba el primer paso sin que el primero le diese una palmadita en la nalga. Lo peor es que fui testigo.
Muchos se aprovechan de estas creencias y no reprimen sus ansias de bromear. Pedro Di Gregorio, mi primer profesor de Oboe en el Conservatorio Nacional, fue una persona muy culta, observadora y de buen humor. Entre tantas anécdotas que tenía como solista de la Orquesta Sinfónica Nacional, estaba la de un violista quien tenía sendas cintas rojas en el clavijero de su instrumento. En el intervalo del ensayo, café de por medio, muchos compañeros le preguntaron el porqué de ese hecho. La respuesta fue una alocución sobre las ondas benéficas y anti- envidiosas que proporcionaba ese color acrecentando su rendimiento como músico. Una mirada cómplice entre quienes le acompañaban disparó un comentario de uno de ellos. Mencionó a un mundialmente conocido violista quien, para lograr una ejecución perfecta, estudiaba con una pelota de ping-pong en la boca. El intervalo terminó así como también el ensayo. Al día siguiente, y ante el asombro –y las risas contenidas- de sus compañeros, notaron en él una protuberancia en su boca mientras tocaba con un alegre entusiasmo. Se acercaron, y al verlos agradeció -con mucha dificultad a causa de la pelotita- tan buen consejo.