El Maese Manuel

Imagen destacada: Manuel de Falla saluda a Don Quijote en el Teatro Goldoni, Venecia, 10 de septiembre de 1932. Archivo Manuel de Falla

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Por Daniel Cocchetti

¿Quién no escuchó la “Danza Ritual del Fuego”? A esta altura del siglo XXI, lamentablemente, muchos. En el XX era más conocida y hasta silbada por la calle pero desde la ausencia cada vez más notable de la Música Clásica en los programas escolares primarios, secundarios (y hasta en los Conservatorios), debo aclarar que su autor fue Don Manuel De Falla y Matheu, compositor español que transitó por este mundo entre los años 1876 y 1946.

Su catálogo sólo declara 25 obras, pocas si se compara con otros, pero de una calidad insuperable. Desde su ópera “La Vida breve” hasta el Oratorio “La Atlántida” no hay ninguna que merezca el epíteto de superflua.

Vivió siete años en París en donde trabó amistad con los compositores Paul Dukas, Claude Debussy, Gabriel Fauré, Maurice Ravel, y con los españoles Ricardo Viñes e Isaac Albéniz .

Sin prisa y sin pausa, desarrolló un estilo personal basado en un estudio profundo del folklore español que, genialmente estilizado, volcaba en sus obras: “El amor brujo” sobre textos de Gregorio Martínez Sierra y que estrenó la “bailaora” Pastora Imperio; “El sombreo de tres picos” ballet sobre la obra de Pedro de Alarcón; “Noches en los jardines de España” –un soberbio concierto para piano y orquesta- y. hace 100 años, “El retablo del Maese Pedro” una pequeña ópera de media hora de duración, sobre un episodio de “El Quijote” de Miguel de Cervantes.

Ante semejante acontecimiento escribiré algunas líneas para evocarlo.

Manuel De Falla regresó desde París a España en 1914 a causa de la Primera Guerra Mundial. Fue en Madrid donde recibió el encargo de componer una “ópera para títeres” por parte de la Princesa de Polignac. Pasaban los días y nuestro compositor no acertaba en dar con el tema hasta que una noche se le ocurrió que sería el Capítulo XXVI de la Segunda Parte de “Don Quijote” el más adecuado para musicalizar. Estudió la “Hispaniae Schola Musica Sacra”, la organografía de la época y la música popular antigua para dar una base veraz a su trabajo. Lo terminó en Granada, en donde tuvo la oportunidad de conocer a un joven llamado Federico García Lorca. El estreno, en versión de concierto, tuvo lugar el 23 de marzo de 1923 en la Sociedad Sevillana de Conciertos y en forma escénica el 25 de junio de 1923 en el palacio de la princesa de Polignac en París.

A raíz de la Guerra Civil Española, el destino llevó a Don Manuel a nuestro país. En 1939 llegó a Buenos Aires pero a causa del clima húmedo de nuestra Capital y de su salud deteriorada, se trasladó a la provincia de Córdoba, más precisamente a Alta Gracia. Fueron el compositor argentino Juan José Castro y su señora Raquel Aguirre sus anfitriones durante los años en la Argentina.

Si me permiten los lectores voy a escribir una anécdota de primera mano que contó mi primer profesor de Oboe, Don Pedro Di Gregorio. Siendo músico de la Orquesta Sinfónica Nacional por aquellos años, conoció a Manuel De Falla durante el ensayo de una de sus obras: “Era de contextura muy pequeña y no estaba bien de salud. Entró a la sala sosteniéndose del brazo de Raquel, quien lo acompañó hasta el podio en donde el director Juan José Castro lo esperaba. Un músico de la orquesta, un trompetista, dijo en voz baja pero lo suficientemente audible: ─A este no le queda ni la sombra.

Ni bien lo escuchó el director, y ante el estupor de todos, este se abrió paso entre los atriles y con paso firme y cara de pocos amigos, se puso frente a frente con el atrevido integrante. Lo tomó de las solapas -Juan José era un hombre corpulento- logró levantarlo un poco del suelo y le gritó en la cara: ─La próxima vez que te burlés del maestro te la vas a ver conmigo”.

El 14 de noviembre de 1946, Manuel De Falla murió en el chalet “Los Espinillos” de Alta Gracia, Córdoba, Argentina.