Entrevista a Miguel Gaya, ganador del Premio Clarín de Novela 2022 por su novela El Desierto Invisible
Esto es mentira, mentira bien contada como debe ser una buena ficción
Días atrás, Desde Acá estuvo presente en la XVII Feria del Libro de la ciudad de Chascomús y allí tuvo la oportunidad de conversar con el escritor Miguel Gaya, oriundo de la ciudad de Ayacucho, quien se convirtió en el ganador del Premio Clarín de Novela 2022, por su novela El Desierto Invisible, ambientada en nuestra llanura pampeana.
JMC: ¿Podría comentarnos un poco de qué se trata su novela para los lectores de la revista Desde Acá y sobre qué significó este premio?
MG: En primer lugar, debo decir que me gusta estar mucho en Chascomús porque este es mi paisaje, yo soy de Ayacucho y por tradición cada vez que pasábamos frenábamos en la ciudad a comer medialunas y dulce de leche Gándara. Y me encanta estar acá porque este es el paisaje de la historia y muchas de las cosas que se cuentan en la novela, ambientada en el siglo XIX, quien lo lea acá y quien tenga la memoria histórica de lo que pasó acá, va a decir acá estamos frente a Castelli, estamos frente a la Rebelión de los Libres del Sur, estamos frente a como se manejaba Ortiz de Rosas, el hermano de Juan Manuel o como se manejaba Juan Manuel mismo. Y es muy desafiante que lo puedan leer como una historia de ficción, porque es eso, solo ficción. Hay mucho del mito de lo que uno arrastra, cuál es la memoria histórica que uno tiene y más allá de si uno tiene abuelos o padres que vivieron en esta zona saben que cada pueblo y cada lugar tienen su propia mitología su propia historia y uno se impregna de ella.
JMC: ¿Y qué te llevó a escribir la novela? ¿Esa historia de la qué uno está impregnado o también la vasta literatura argentina que existe al respecto?
MG: Para encarar este libro leí mucho de la literatura argentina de frontera fundacional como El matadero, La excursión a los indios ranqueles y por supuesto, el Martín Fierro; empezando desde ahí hasta Las Aventuras de la China Iron de Gabriela Cabezón Cámara. Siempre se está visitando esta zona y con un ánimo muy fuerte, polémico y con unos cruces con la realidad, con la política, y ahí me interesaba ese background, ese barro, pero solamente para escribir ficción. Esto es, quien quiera acercarse para ver una verdad histórica o hechos, vayan a los libros de historia. Esto es mentira, mentira bien contada como debe ser una buena ficción.
JMC: ¿Por qué no le das nombre a ninguno de los personajes?
MG: Como siempre uno hace de la necesidad una virtud, digamos porque yo lo primero que me encontré fue con la necesidad de nombrar a un indio del siglo XIX, entonces, ¿qué nombre le pongo? No tengo ni idea, entonces cómo se llamaba un indio antes de que existiera el choque civilizatorio con los blancos, cualquier nombre que le hubiese dado me parecía ficticio, y por más que uno está trabajando la ficción, un nombre totalmente insostenible hizo que no le pudiera dar nombre y a partir de ahí no le puse nombre a nada. Y, por otro lado, ahí me di cuenta que me servía no poner nombre, uno iba a decir esa puede ser la plaza de Dolores, o esa hondonada debe ser la que está en la laguna tal o el río que cruza es el río Samborombón; no, eso no me interesaba. Lo que yo quería, que es como cuando uno está soñando y dice estaba en la casa de mi tío, pero no es la casa de mi tío. Por eso sirve, para ese extrañamiento, no poner nombre.
JMC: ¿No nombrarlos ayudó en la evolución de los personajes, porque en algunos pasajes uno se pregunta incluso si son los mismos?
MG: Es una novela de largo aliento, los personajes que no los matan o no mueren, envejecen. Pero también resultó un problema para mí, porque cuando vos decís que hay dos indios que están peleando, ¿cuál es cuál? Es muy difícil armar una escena, contar una escena donde hay dos indios peleándose porque hay dos indios y no tienen nombre. Espero que los lectores no se confundan.
JMC: Por eso iba la pregunta, porque es un desafío mostrar los cambios en los personajes sin nombrarlos.
MG: Yo empecé a escribir narrativa de grande, y antes de escribir narrativa, como soy un tipo muy ordenado, me fui a buscar qué decían de cómo escribir narrativa otros. Si voy a escribir narrativa, alguno debe saber hacerlo. Hay montones de libros publicados por escritores que dicen mi método es este u otro. No hay dos métodos iguales, es decir, cada cual escribe lo que le sale y hay otra cosa más, yo he escrito varias novelas y lo que uno aprende en una novela, no le sirve para otra. Una vez que vos terminás una novela te parece que estás manejando, pero en realidad lo que manejas son los resortes de esa novela. Conseguiste, si tuviste suerte, darle respuesta a las preguntas que te hacía esa novela tanto en forma como contenido, pero sirve para eso. Cuando empezás de nuevo, es como si tuvieras que aprender a nadar otra vez. No te sirve nada lo que aprendiste antes.
JMC: Sería una serie entonces…
MG: Claro, y por eso hay gente que saca libros como chorizos, ojo, no lo estoy criticando, es una realidad.
JMC: Decías que de grande empezaste con la narrativa, hubo un paso por la poesía anteriormente, ¿qué nos podés decir al respecto?
MG: Yo escribí toda mi vida poesía, lo que no significa que lo haya llegado a hacer bien, y cuando una pasa por la adolescencia, es probable que en algún momento sienta la necesidad de escribir poemas. Lo raro es que uno persista con eso y que haga de eso una forma de vida, es una manera particular de estar en el mundo, lo que no significa que uno viva de la poesía y tenga que venir a pagarme los vicios.
JMC: Y cuando comenzó con la narrativa ¿escribió directamente novelas o escribió también cuentos u otros relatos?
MG: No se me dan bien los cuentos, los cuentos son muy particulares. Cada género tiene su particularidad, una novela tiene sus bemoles, pero digamos, vamos a decir que me salió la novela porque le dieron el premio. Pero en el cuento no lo he conseguido, en la novela creo haber conseguido lo que se llama una voz propia que significa que uno consigue de alguna manera, llegar a decir lo que tenía pensado decir. Con los cuentos no me pasa, yo puedo hacer cuentos discretos que alguien puede leerlos y decir, ¡ah! este tipo sabe escribir. Sé cómo se arma y su dinámica, pero no me satisface el resultado. No lo he logrado y tampoco le he trabajado lo suficiente.
JMC: ¿Qué significa haber obtenido uno de los premios más importantes del país?
MG: Lo obtuve con sesenta y nueve años, y se lo ve de una manera diferente. Algunos me decían qué bueno, te lo merecías, y en realidad quien se merece el premio es la novela hecha porque lo que compite es la novela, no importa quien la escribió. Es más, el jurado no supo mi nombre hasta que lo anunciaron públicamente, se juzga la novela y en ese sentido yo estoy muy satisfecho y feliz de que esa novela haya sido premiada y aparte con un jurado precioso, como Carlos Gamerro, Martín Caparrós y Ana María Shúa, que no solo son grandes escritores, sino que además son lectores exquisitos. El trabajo que ha hecho Gamerro en ensayo, lo mismo que Caparrós que tienen una mirada sobre nuestra realidad, sobre nuestra literatura, la historia y que ellos lo hayan leído y digan esta es la novela que ganó, es para enorgullecerme. Pero insisto, es un premio a una novela. No digo que no me cambia la vida porque no es cierto, te da cierta visibilidad y se lee mucho más que si la hubiera editado sin el premio, pero para mí la alegría es la novela.
JMC: ¿Y genera un mayor compromiso con la escritura?
MG: No, porque el compromiso con la escritura lo tengo desde antes, desde siempre, o sea es un compromiso que tiene que ver con una manera de estar en el mundo que no tiene que ver con la difusión, con la circulación que pueda llegar a tener la obra, tiene que ver con lo que uno se empeña en la escritura y con lo que uno empeña en la escritura. El compromiso es sobre la escritura.
JMC: Por último y para terminar, ¿cuáles son los desafíos que se te presentaron y que enfrentaste al escribir esta novela?
MG: El libro aparece de una manera casi ridícula. Voy a Ayacucho a una estancia y me muestran un guante de hierro que me llamó la atención porque parecía el guante de una armadura de la edad media. Pregunté que era y me dicen que lo encontraron en el campo. Haberme dicho eso me puso los pelos de punta, ¿cómo es esto? ¿qué paso? ¿qué hace en el campo esto? Y me contaron que estaban arando y saltó ese guante, que parecía de armadura, pero se veía más moderno. Este hombre lo llevo al museo de La Plata para datarlo y allí le dijeron que era un guante del siglo XVI o XV como mucho. Con lo cual también, un guante del siglo XV en la zona de Ayacucho es imposible que haya estado de forma contemporánea, entonces la idea de cómo cuernos llegó un guante a ese lugar, por qué pasaron, qué cosas sucedieron ahí, eso disparó preguntarme qué pasó. La novela gira en un sentido místico sobre el guante, pero termina siendo un elemento más y uno no sabe hacia va a donde va a ir. Y eso es lo que pasa en la escritura, al menos es lo que me pasa a mí, hay tipos que tienen claro a donde quieren llegar, los capítulos, yo lo que siento es el aliento y el desarrollo que van a tener los temas, lo siento, lo intuyo y uno se va tirando a la pileta.