Por Daniel Cocchetti
En el mundo de la Música Clásica hay una infinidad de bibliografía referida a la vida y obra de compositores. Desde la legendaria Hildegaard von Bingen, una religiosa germánica de la edad media, hasta el ya octogenario Phillip Glass, un minimalista norteamericano contemporáneo. Al ser un lector insaciable de este tipo de género, no es difícil encontrar sugerencias – o muchas veces órdenes- que familiares o maestros daban al novel artista.
Leopoldo Mozart no se cansaba de insistir a su hijo Wolfgang Amadeus que busque empleo como músico en una corte para así beneficiarse con un salario fijo. Friedrich Wieck recomendaba a su hija Clara desistir del matrimonio con Roberto Schumann porque con él “tienes por delante una dura lucha” y que, justificándose, “seré siempre tu consejero que sólo desea ayudarte”.
Aaron Copland criticó la música de su discípulo Leonard Bernstein porque parecía un refrito del compositor ruso Alexander Scriabin, y Nadia Boulanger, – eximia docente francesa – al escuchar un tango de su alumno Astor Piazzolla, indicó entusiasmada que abandone lo clásico porque ese era el camino.
Pero no todos los consejos deben seguirse a rajatabla. Está el caso de John Cage, compositor vanguardista norteamericano, que ante su dificultad por aprehender el estudio de la Armonía tradicional hizo que su profesor Arnold Schonberg metaforice la situación como “un muro imposible de franquear”. ¿Qué respondió el budista Zen John Cage?: “En ese caso dedicaré mi vida a darme de cabezazos contra ese muro”.
Un colega mío, hace ya unos años, contó su experiencia ante las clases de Composición Musical en Francia. El profesor había indicado que compusiese una obra con pocos instrumentos para su estreno dentro de un par de meses. Al poco tiempo presentó una música escrita para Clavecín (antecesor del piano), Celesta (instrumento de teclado) y Arpa. Su maestro hojeó pacientemente la partitura sin decir una palabra y al final preguntó: “¿Usted pensó en el flete?”. Esta actitud motivó el abandono de las clases por parte del alumno y su regreso a la Argentina. No me canso en insistir que es el mejor consejo de Composición Musical que escuché en mi vida.
Pero si hablamos de abstracciones, nada mejor que la que nació de boca del compositor argentino Salvador Ranieri mientras tomábamos un café en un bar del barrio porteño de Barracas y que es digna del Instituto Di Tella: “Nene, (por aquellos años me decían “nene”) aprendé a cocinar” (sic).