Por María Eugenia Forgue
La escritura de Las Mudanzas es una escritura de migrantes, de personajes que transitan y habitan espacios en busca de territorialidad, de conquista.
En algunos hay deseo de crear nuevos futuros, de mudar de estado hacia un mundo de nuevos significados. Pero también hay personajes, involuntariamente empujados a cerrar una puerta y abrir otra, entregados a la impermanencia, a los vaivenes del tiempo.
Son doce los cuentos que conforman “Las Mudanzas”. Yo elegí algunos como una forma de empezar a adentrarnos en él, e invitarlos y contagiarlos a ustedes luego, a hacer su propia lectura.
En uno de sus cuentos, “Nicole”, los lectores somos testigos de la historia de dos mujeres, Nicole y Yohainis, unidas tiempo atrás por el accionar de dos patanes (un proxeneta y un comisario traidor), por una condena judicial y por la promesa de reencontrar la liberación en un nuevo destino.
Nicole y Johainis son dos mujeres que no se contentan simplemente con pagar su deuda a la sociedad por los aparentes delitos cometidos, sino que planean milimétricamente un acto de venganza que las mudará a un nuevo estado deseado. “En la cárcel -nos cuenta el narrador- Nicole había aprendido que hay una justicia mucho más implacable y eficaz que la de los tribunales”.
Toda mudanza implica un proceso de adaptación, una integración a la naturaleza del nuevo lugar. En ese proceso de transición al exterior, desde el encierro al aire fresco de las calles de la ciudad, la protagonista también muda su apariencia, se metamorfosea. La vemos hacer múltiples intentos por acomodar sus ojos y sus oídos, calmar el ahogo y la saturación que le produce el afuera. No es sólo físico el muro que Nicole debe atravesar. También debe demoler un muro mental.
A mi entender, la historia de Nicole y Johainis es la historia de dos mujeres que mudan pasados injustos por futuros redentores.
“Ríos robados» es uno de los cuentos del libro que a mí más me gustó. Es la historia de la narradora, su pasión por la literatura, los hombres de su vida y sus antepasados, hacedores de la historia de vida de esta mujer y también de nuestra historia como argentinos.
Parece ser que con Pedro se conocen en Ezeiza, compartiendo un contingente de becarios, y hacen su primer viaje juntos a Marruecos. Entre recitados de poemas, reflexiones sobre el presente y recorridos por el pasado van acercando sus existencias, y empiezan a escribir su propia historia. Una navegación por Gibraltar los remonta a un río más cercano para ellos, el Río de la Plata, a la historia de la mudanza forzada del tatarabuelo de la protagonista, allá por 1830, quien debió atravesar ese río para seguir sosteniendo la cabeza sobre sus hombros. El Río de la Plata funciona en este relato como un espacio, que en muchas épocas, separó la vida de la muerte. Además de actuar como lugar de tránsito para quienes deseaban arribar a la otra orilla, el río en esta historia oficia de tumba que esconde la existencia de, entre tantos, la madre de la protagonista, arrojada a ese destino desde los vuelos de la muerte.
Se dice que en toda mudanza uno lleva algo de sí al lugar al que se traslada, y a la vez va dejando huellas y pedacitos de uno en cada espacio que ocupó. La protagonista nos hace saber que se da cuenta de que él, Daniel, otro de los amores de su vida, se ha ido de casa cuando descubre un hueco en su biblioteca. “No necesité -nos dice- mirar en el placard del dormitorio buscando la ausencia de su ropa o la de su afeitadora en el baño: el libro de Onetti fue siempre la marca más clara de su presencia. Lo había traído la primera vez que vino y lo olvidó para poder volver a buscarlo.” “Un hueco en la biblioteca fue la huella que dejó al marcharse, al mudarse para siempre.”
Los lugares tienen memoria, las bibliotecas, e incluso los lugares de tránsito como los ríos, tienen memoria.
“Buscado”, otro de los relatos que conforman el libro, es la historia de una mudanza de urgencia, por decirlo de algún modo. Una huida repentina, la del “monstruo”, un personaje sin nombre, que de un momento para otro decide autoexiliarse sin equipaje más que con el solo peso de un gorro de lana que cubre su pelada, un arma, borcegos reglamentarios y el peso de los gritos acusatorios de Cintia, su mujer.
Al monstruo lo vemos cruzar rutas y caminos, abastecerse en lugares de paso, colarse por calles laterales, alimentarse con pan y queso en terrenos baldíos, tomar agua de una zanja, dormir en construcciones abandonadas. Lo vemos merodear los márgenes de la ciudad, huir de los ladridos de los perros, de las voces humanas. El narrador nos lo muestra escabulléndose como una rata de la humanidad, para mudar su tan negada bestialidad a otro sitio que garantice su impunidad.
En “Carnaval”, el personaje, del que desconocemos el nombre, se muestra también habitando zonas de tránsito: los pasillos de un hospital, la calle principal de un pueblo donde se está llevando a cabo el carnaval.
Hay un arco que marca el comienzo del desfile, un arco de foquitos de colores y guirnaldas que parece delimitar el paso a otra realidad, abrir camino hacia una transición, el inicio de una transformación, un arco que por inercia empuja a una mudanza de espíritu.
Nos lo dice el mismo personaje: “Las máscaras parecían seres a medio camino entre este mundo y otro apenas atisbado”. “Miré el arco que indicaba el comienzo del desfile y pensé que, atravesándolo, se terminarían las ambigüedades”.
“En la peluquería” es un relato en primera persona. En la peluquería, como su título lo explicita, la protagonista está sentada dispuesta a cambiar, a mudar su apariencia. Probablemente su intención era un paso rápido por ese lugar para adquirir un servicio. Pero de pronto la peluquera y la ayudante comienzan a cruzar mensajes mudos, miradas, gestos. Las ve intentar con desesperación contactar a alguien por teléfono.
La protagonista sabe que algo está sucediendo, pero no puede dilucidar qué. Es la primera vez que se acerca, que habita ese lugar. De pronto empieza a padecer una sensación de extrañeza, ante ese espacio y esos otros seres que lo habitan. Hablando el mismo idioma parece no poder descifrarlo. Y comienza a autopercibirse exiliada en un ámbito tan habitual como puede ser una peluquería.
Hay algo en la actitud de la peluquera que expulsa. Una puerta, un portal, que ofrece la bienvenida a unos y repele a otros.
En el cuento “Hay un perro» la historia se desarrolla en un ambiente oscuro, sólo iluminado por las ventanas de una sola casa en toda la cuadra, por un solo foco colgando. Calles vacías, el ladrido de un perro que se replica en el silencio de la noche, la luna que desparrama frío y en la plaza del pueblo, un monumento, el de una mujer con una lanza, que no llega a perforar la niebla, porque la niebla se la traga.
De pronto, el lector se encuentra con dos sombras que se materializan en la noche, sombras con apodos, capucha, y manos en los bolsillos. Esas sombras a su vez se encuentran con otras, y rompen el silencio con sus risas, sus gritos, sus gemidos. Hay un perro, como dice el título del cuento, que transita las calles junto a las sombras, las persigue.
En las márgenes, cerca de un frigorífico abandonado, las sombras cometen un hecho aberrante y uno de los protagonistas es obligado a mudar de estado.
El perro parecer ser el único testigo del hecho. Y el ambiente, cómplice, el que gradualmente arma el escenario que predispone al crimen.
Hay en este libro de cuentos una poética, una estética de la mudanza. Gabriela en su libro narra los aconteceres de una serie de personajes nómades en clave de esperanza/desencanto.
Los lugares son en función de quienes los viven, los transitan, de quienes dejan sus huellas al habitarlos. Pero a su vez esos seres de tinta y papel parecen determinados por los itinerarios, por los espacios que atraviesan, que pugnan por determinar su existencia.
Los lugares y los protagonistas de estas historias comparten una naturaleza al construir y ser construidos por la imaginación, la memoria, las experiencias y los sentimientos.
“Las mudanzas” reúne un conjunto de relatos que, como breves escenas cotidianas, abordan situaciones en las que todos podemos sentirnos reconocidos. Y está narrado con la maestría de Gabriela Urrutibehety.