Vía Libre por Daniel Cocchetti

 

“Desde muy chico he considerado que locomotoras, vagones, vías, cambios, empalmes, ramales, estaciones, señales eran bellos objetos dignos de interminable interés” La cita no es de un músico como se podría esperar, sino de un personaje del cuento “El repetido tedio de los viajes” que un joven Fernando Sorrentino escribió en 1972 como parte de su libro “Imperios y servidumbres” editado por Sex Barral.

Si me permiten seguir en el género, diré que suscitó mi asombro que Julio Cortázar escribiese uno titulado “Omnibus” como parte de “Bestiario”, que Oliverio Girondo nos ofrezca un poemario para ser leído en un tranvía y que Conrado Nalé Roxlo logre ambientar en un coche comedor ferroviario “El Refranero”.

Esto delata que mi incursión en las letras fue solo de un año en el Profesorado Mariano Acosta y sin rendir los exámenes. Por lo tanto: “Zapatero a tus zapatos”, si me permite el autor de “El Grillo”.

En el vasto espectro de la Música Clásica, hablar de trenes nos remite empezar, por razones obvias, a fines del siglo XIX en donde un ya famoso Johann Strauss (hijo) escribe una divertidísima polca que lleva como título “Vernugungzug” (pronuncien fernúgunzug). Por estos pagos la conocemos como “El tren de la alegría” que, en mi caso, aparte de sugerirme un entretenimiento infantil veraniego de la Costa Atlántica, produce una duda acerca de su traducción. “Zug”, en alemán significa “tren” pero tuve que preguntar a un descendiente de alemanes por “Vernugung”. “No significa nada” – respondió- es la onomatopeya del silbato: “Uh, uh, uh”.

Aumentando un punto el grado de locura, debo hacer referencia, ya dentro del siglo XX, al compositor ruso Serguei Prokofiev, el autor de “Pedro y el Lobo”, quien ya desde chico “estudió horarios ferroviarios, trayectos y equipos con una pasión de maquinista que le duró toda la vida” (De “Prokofiev” de Harlow Robinson –  Ed. Javier Vergara). Su coetáneo francés, Arthur Honneger, logró viajar en una locomotora a vapor, con el consentimiento del maquinista, lo que derivó en la   inspiración para componer su conocida pieza sinfónica “Pacific 231” que hace alusión al modelo de la misma.

Llegando casi a la cima, no podemos olvidar a Antonin Dvorak –el de la “Sinfonía del Nuevo Mundo”- quien “en Praga iba cada día a la estación Francisco José, com­praba un billete de andén y procedía a una minuciosa inspección de las instalaciones. Hablaba con los revisores, los porteros, los guardas y los maquinistas. Se informaba ansiosamente de las salidas y llega­das de los trenes; sabía el horario de memoria y si un tren llegaba con re­traso, interpelaba a cualquier empleado que se le pusiera a tiro e, incluso, pedía disculpas a los pasajeros”. (Guillermo Mayr “El Jinete insomne” Página web).

Salvando las distancias, y el talento, no puedo dejar de identificarme con estos compositores. En mis años de profesor de una Escuela de Música en San Miguel, pedí especialmente a la secretaria, aduciendo un motivo banal, no tener alumnos entre las 17 y 17 40.  La verdad era que caminaba unas cuadras hasta la estación General Sarmiento del Ferrocarril Urquiza para ver pasar a las 17.20 el coche motor Fiat 7131 con destino a la ciudad de Rojas para volver a encarar mi sufrida condición docente con una sonrisa en el rostro.

Daniel Cocchetti